SER COMO SON
En la habitación se respiraba el miedo propio del momento. No había más ni menos, solo el que debía haber. Y era mucho. Extremo. Más que nada porque habían sido muy pocas las situaciones donde alguien les había aportado un poco de certidumbre a sus oscuras creencias sobre si eran, tan solo, merecedores de sentir como el resto del mundo. Y sus experiencias en la materia eran nulas. Inmaculados en hechos, veteranos en el arte de imaginar. A decir verdad, no solo había miedo sino que, de la mano, casi encima de éste estaba esa sensación fugaz que se tiene en contadas ocasiones a lo largo de toda la vida, que es la felicidad.
Se adentraban ambos con esta mezcla de emociones en este quehacer movidos de forma impetuosa ante algo que más que oculto, había estado directamente anulado para ellos. Sentían la tensión de lo prohibido mezclada con el calor palpitante manando de su interior llevándoles, irrefrenablemente, a que fuera apagado con los besos del otro.
–Ya estamos solos – Decía Diego con el rubor propio de un quinceañero, aunque ya pintaba alguna cana. Carmen, un año mayor que Diego, solo reía con los ojos clavados al suelo.
Muchos juramentos de permanecer en la distancia habían tenido que hacer a todos esos familiares que “por su bien” les indicaban a todas horas que “de eso” se olvidaran porque no era para ellos. Familiares que hablaban desde la preocupación y, sobre todo, con la gran convicción de que sus hijos, nietos, sobrinos o primos eran unos eternos infantes dulces, tiernos e inocentes, a los cuales se les había extirpado el instinto básico de vincularse a otros mediante la atracción propia del deseo de amar.
Subiendo por el brazo desde su mano fue acariciando Diego a Carmen hasta llegar a su mejilla. Un poco de sudor caía por el cuello de Carmen, que, en raudos momentos, clavaba su mirada en los ojos de un Diego, a momentos, más nervioso. Ella seguía riendo, mientras devolviendo la caricia, se aproximó guiada por una fuerza interna y rozó de una forma una tanto tosca sus labios con los de Diego. Rieron los dos. A carcajadas. Sintieron la satisfacción de poder ser libres y de hacer caso a ese grito amplificado que recorría su cuerpo con la velocidad del rayo. Diego se acercó de nuevo y besó enérgicamente a Carmen. Se entremezclaban los ruidos del chocar de sus labios con las risas que seguían sucediéndose a cada instante.
Hacía dos años que deseaban que llegara este momento. No solo el poder llevar a la acción lo que tanto habían dedicado en su habilidad de trasladarse a un futuro idílico, sino el de poder estar solos sin nadie vigilando. No llegaban a entender por qué este asunto generaba tantas caras de pánico y tantos gestos de desaprobación. Demasiado escándalo por solo querer amarse. Mucho tiempo atrás compartían esa idea de no hablar “de eso”. Habían asumido su no participación en este asunto siendo ellos mismos, además, los que ponían el grito en el cielo si alguien les mencionaba algo al respecto. El tiempo pasó y poco a poco, las ganas se comieron los razonamientos. La rebeldía empezó a instalarse en ellos hasta llegar al día de hoy. Muchas broncas, muchas negociaciones y, por último, muchas mentiras en la mochila de ambos que les estaba mereciendo la pena en este mismo momento.
Carmen se empezó a desnudar muy rápido. Diego la imitó. Se contemplaron el uno al otro como seguro nadie jamás les había observado. Así, desnudos. Sin ropa. Sin etiquetas. Sin adjetivos. Solo Diego y Carmen y el amor de ambos. Podían verse tal cual, traspasar la carne y llegar a su esencia, a su alma.
Se metieron en la cama con un brillo en los ojos, que más dilatados no podían estar y servían de espejo al otro. Muchos nervios, miedos, creencias y expectativas estaban bajo esas sábanas mientras, sin mucha dilación, se fundieron en uno con las ansias del que lleva mucho tiempo esperando. Y se paró entonces el tiempo. En ese lugar cada uno de ellos era una persona en su totalidad. Sin juicios, sin límites, sin “peros”. En esa cama, segundo a segundo, se palpaba tranquilidad. Esa paz que da el ser libre. Todos los abrazos, caricias y besos que se dieron hizo que esa libertad traspasara la habitación y llegara como un huracán haciendo trizas las reglas impuestas por una sociedad que niega comer, mientras se ahíta sin mesura.
Fueron descubriéndose cada milímetro de su piel con la curiosidad y torpeza de aquel que pisa un lugar nuevo nunca habitado. No contaban con mucho tiempo y exprimieron hasta el último aliento de privacidad que poseían. Al fin conquistaban lo que tanto habían luchado y urgía poder disfrutar como si les fuera la vida en ello. Con poco tiempo ya que saborear, se quedaron unos minutos en silencio mientras entrelazaban sus manos cogiendo la cara del otro. Y ahí, entre la euforia ya desbocada surgió también un sutil anhelo sobre cuándo podrían ser ellos de nuevo. Ya no solo para volver a consumar su amor entre mentiras, sino también a poder ser respaldados por su entorno en unirse como pareja de verdad y no tener que esconderse. Los dos sabían que su anhelo chocaba de frente con una durísima realidad que volvería a ponerle los grilletes sin mediar palabra.
Ya vestidos, salieron de la habitación donde los prejuicios, las etiquetas y los adjetivos aparecieron de nuevo como losas. Atravesaron la puerta que daba a la calle cogidos de la mano. Ese gesto sí estaba permitido. Y sintiendo el corazón del otro en cada palpitar de sus manos, se fueron alejando de ese lugar donde tanto Carmen como Diego habían podido, al fin, ser como son.
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